“Tal vez haya algo que no funciona en esa voluntad de los hombres por instruirnos; yo era entonces jovencita y no me daba cuenta de que, en ese afán suyo por transformarme, estaba la prueba de que no le gustaba tal como era, quería que fuese otra, o mejor, no deseaba una mujer y ya está, sino una mujer como imaginaba que sería él si hubiera sido mujer.” — Las Deudas del Cuerpo, Elena Ferrante
Todos los que me conocen saben lo obsesionada que estoy con la saga de las Dos Amigas de Elena Ferrante, hace tres meses me decidí a leer La Amiga Estupenda, y desde entonces no he sido la misma— quede atrapada en aquel barrio de Nápoles en el que Lila y Lenù viven. Llevo ya tres meses en esta travesía y este mes espero poder terminar con ella, una travesía que me ha cambiado el alma y la vida, no soy la misma desde que he recorrido la vida de Elena y Lina.
Si en algún momento, alguien llegara y me preguntara cual de los libros que he leído hasta ahora, de la saga, es mi favorito, la realidad es que no sabría qué responder. Cuando piensas en la forma en que Elena Ferrante concibió la saga —como un gran libro que, por cuestiones editoriales, tuvo que separar—, te es imposible verlo de otra forma; la saga completa es un gran libro, separado en las distintas etapas de la vida de Lenù y Lila, y aunque se encuentre fragmentado, me es imposible escoger uno de los fragmentos y llamarlo mi favorito. Cada entrega, cada libro, tiene una belleza, un punto central en el cual enfocarte, y todos son tan bellamente desarrollados que seleccionar se vuelve una tarea meramente imposible.
Las Deudas del Cuerpo es, igual que los otros libros, una entrega bella, con muchísimas temáticas que buscan llegar a la luz por medio de la vida paralela de Elena y Lina; pero, he de admitirlo, hay una temática que no me he quitado de la cabeza. A diferencia de las dos entregas anteriores, Las Deudas del Cuerpo es más explícita en cuanto a temas de género y equidad— habla, menciona, y las protagonistas (especialmente Elena) experimentan los efectos que el feminismo de los 70s tienen en ellas; no me puedo quitar de la mente aquel monólogo de Lenù en el cual ella, desde su experiencia, pone en manifiesto sus perspectiva de porque los hombres nos lastiman.
Esta temática, tan prominente a lo largo del libro, culminó cuando Nino Sarratore regresa a la vida de Elena, casado —con una mujer tan diferente a las de sus amoríos pasados— y con un hijo. Su aparición, junto con el detrimento del esposo de Lenù, no me llevaron más que a pensar, pensar y pensar. Y aun ahora, después de una semana de haber terminado el libro, me encuentro pensando.
Pienso en Nino, en como estuvo con Lila y con Silvia, mujeres brillantes, salvajes, fuertes, y terminó casado con Eleonora. Pienso en Pietro, que se enganchó a Elena desde el primer momento, ella callada y muy disciplinada. Pienso en cómo los hombres no quieren mujeres reales, Nino se vio asustado en cuanto Lila se mostró con márgenes definidos— empezó con una pasión, candente, como un gran incendio, estaba embalsamado con la idea de Lila, la mujer de la que no sabía nada, la mujer que era como humo: transparente e indefinido. Lila hablaba, él callaba, la observaba, no la entendía y eso le emocionaba. Pero era como una foto, poco a poco aparecían puntos de colores, el humo se solidificaba, Lila parecía más humana, parecía como él— más que él, ella era mucho más real de lo que el llegaría a ser; Nino se asustó, temió por ese adefesio, por esa metamorfosis, y por eso se fue.
Pietro, con su mediocridad, con sus contrariedades, conoció a Elena, Elena quien ni ella misma se conocía. No estaba definida, era aún piezas de un rompecabezas a medio terminado, piezas faltaban, piezas no correspondían; la vio, la analizo, creyó en lo divertidísimo que sería armarla con todas sus partes deformes, noto que no quedaba bien, se desbordaba, la tomó como esposa. Elena tardó, pero poco a poco mostró líneas, se retorció, se deformó hasta lograr encontrar una definida. Y a Pietro eso no le gusto.
Pienso en los hombres, en la forma en que nos tratan, en lo que nos hacen, eso no es simple odio, no es simplemente un trato por ser inferiores. Los hombres no quieren mujeres reales, definidas, tangibles, esas piensan, esas sienten, esas crean; en ellas no se pueden proyectar, no las pueden ver y construirlas a su semejanza, editarlas a su manera, no pueden decir "si fuera mujer, y fuera ella, sería mejor de lo que es".
Lo que ellos desean es cambiarnos, manejarnos y maquinarnos, para volvernos como ellos creen que serian como mujeres; no les es suficiente con expandirse en todas las formas posibles en este mundo —los trabajos, el poder, la relevancia—, necesitan extenderse a lo femenino también, necesitan expandirse, consumir todo, como humo, como lava, como ceniza. Destruyen, mutilan, aplastan y lastiman a todas las mujeres a su alrededor, todo para poderse ver en ellas, para extender su esencia, se niegan a verlas con forma, a que sean tangibles, pues eso supondría que ellas también tienen dicha esencia y la capacidad de extenderse hacia ellos, de expandirse a lo que ya es de ellos. Temen. Temen y por eso tratan de hacer sentir que las mujeres solo pueden ser de humo.
Escribí esta reflexión inmediatamente después de terminar el libro, y me gustó mucho como quedó, por eso quería que este fuera mi primer post en substack. Espero que les guste, y que esto les haya convencido un poquito para leer La Amiga Estupenda— o en su defecto, ver la serie disponible en Max, de verdad que no se arrepentiran.
Con cariño,
Miu 💗🌟🍓
No sé si está también permitido ver las cosas del otro lado también. Es recomplicado sacar nada en claro cuando se lee a mujeres que no hacen otra cosa que justificar a mujeres y minusvalorar hombres y hombres que hacen lo mismo con las mujeres.
Que los hombres intentan educar a las mujeres a su manera es obvio, pero los hombres, o están con mujeres de humo, o la opción es ser sometidos a tormentas emocionales continuas hasta ser aniquilados por dentro, o convertidos en hombres de humo si querés.
Lo que pasa es que tanto hombres como mujeres se enfocan en lo malo del otro, porque es lo que les deja marcados. Cuando fueron ellos o ellas las que destruyeron, ni se acuerdan, o no le dan importancia, porque no sintieron la destrucción, la justifican o la olvidan y ya.
Pero cuando les pasa a ellos o ellas entonces si, los otros/otras se convierten en malvados.
Necesitamos ser más justas a la hora de mirar al otro, pero sobretodo a la hora de mirarnos a nosotras.